PROS Y
CONTRAS DE LA CIENCIA HOY
Ernesto
Rodríguez y Rodríguez.
Pedagogo
1.- INTRODUCCIÓN.
Nunca es tarea fácil
evaluar; menos aún si el objeto a enjuiciar es una entidad tan compleja y
erizada de problemas como la ciencia, pues, como señalara el profesor Millán
Puelles (1),
”la mayoría de los estudios actuales
sobre la noción y el alcance de la ciencia, tomados en su conjunto, ofrecen la
impresión de un caos”.
A
pesar de ello, no ha habido en la historia humana aventura más apasionante que
la de la ciencia. Engendrada en las entrañas mismas de la “curiosidad” humana, amamantada durante su larga infancia por la "tierna madre" filosofía,
robustecida en su juventud con la generosa savia de la lógica y la matemática y
disciplinada con el severo entrenamiento en las reglas del método, la ciencia
se desarrolla con tal fuerza y vigor que el mundo de hoy sólo parece poder entenderse en clave científica.
Por
fin la Naturaleza -el gran libro abierto al que aludiera Galileo- se deja desvelar,
comprender y hasta dominar y el intelecto humano, liberado de las ataduras y
mordazas que le encarcelaban en el eternos círculo teológico-metafísico, se decide a descubrir las leyes que rigen los fenómenos y a entender
y dirigir la evolución y el sentido de los fenómenos naturales.
Los
frutos de la indagación científica no se hacen esperar. Los saberes objetivos,
sistemáticos, verificables, codificados en lenguajes unívocos e
inequívocos, no sólo sirven para satisfacer desinteresadamente la curiosidad y
necesidad de saber, explicar y predecir, sino, fundamentalmente, para
transformar el mundo. La consecuencia inevitable del desarrollo de la ciencia
tenía que ser la aparición de la tecnología, y, tras el fecundo apareamiento de
ambas, el nacimiento de un mundo nuevo, liberado definitivamente de la superstición y de la
ignorancia.
El método
hipotético-deductivo, enriquecido con refinadas técnicas y amplia instrumentación para la observación y el análisis de datos verificables, se muestra tan fecundo en el estudio de la Naturaleza que nada
nos extrañan las palabras de de J. Forastié (2),
un hombre de letras, al afirmar en tono casi dogmático: “la ciencia es nuestra
gran esperanza, en primer término, porque aporta efectivamente un progreso en
el conocimiento de la naturaleza y, consecuentemente, en su dominio; además
porque (…) se puede esperar que el método que ya nos ha dado, en tan pocos
años, unos resultados tan grandes en el dominio de la física, de la química, de
la biología, podrá, al menos a la larga, permitirnos también progresos en la
moral, en la filosofía y en la religión”.
Sin
embargo, tras casi dos siglos de reinado de “las diosas” ciencia, tecnología y
metodología experimental, no parece del todo feliz el momento actual de la
“religión científica”. Se pobló el mundo de “hombres-masa” -que tan
brillantemente estudiara Ortega y Gasset (3)-,
los humildes y contemplativos sabios quedaron eliminados por los prepotentes
hiperespecialistas, y una nueva teología, cuyo cielo es dinero, consumo,
máquinas, imágenes y teclados, ... enmudeció al Dios de la esperanza y se instaló,
ardorosamente, en el corazón del mundo.
Es
por ello que la ciencia tiene, necesariamente, dos lecturas.
2.-
LOS ARGUMENTOS DEL OPTIMISMO CIENTÍFICO.
La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche. Dijo Dios: ¡Sea
Newton! Y todo se hizo luz". Alexander Pope.
¿Quién
puede negar a la ciencia la contribución positiva que su amplísimo bagaje de
saberes y descubrimientos ha producido a la humanidad?
¿Acaso
el saber objetivo, sistemático y cierto puede ser negativo para el hombre?
¿Quién,
y con qué razones, podría pretender poner limitaciones a la sublime y grandiosa “faena” humana de
investigar y saber?
Si
alguna vez ha habido casos en que el mal uso del conocimiento haya tenido consecuencias poco deseables para la humanidad, ello, en todo caso, nunca será culpa del
conocimiento, sino de los hombres.
Valgan
como síntesis descriptiva de las valiosas aportaciones de la ciencia al
progreso humano las desapasionadas palabras de Ernest Nagel (4):
“Sus productos habitualmente más publicitados son, sin duda, las conquistas
tecnológicas que han transformado las formas tradicionales de la economía
humana a un ritmo acelerado. También es responsable de muchas otras cosas que
en la actualidad no atraen la atención pública, pero algunas de las cuales han
sido y continúan siendo valoradas, con frecuencia, como los frutos más
preciosos de la empresa científica. Las principales de ellas son: el logro de
un conocimiento teórico general concerniente a las condiciones fundamentales
que determinan la aparición de diversos tipos de sucesos y procesos; la
emancipación de la mente del hombre de las supersticiones antiguas, en las
cuales se basan a mendo las costumbres bárbaras y los temores opresivos; el
socavamiento de los fundamentos intelectuales de los dogmas morales y
religiosos con el debilitamiento concomitante de la cubierta protectora que
suministra la dura corteza de los hábitos irracionales al mantenimiento de las
injusticias sociales; y, en un plano de mayor generalidad, el gradual
desarrollo, entre un número cada vez
mayor de personas, de un temperamento intelectual inquisitivo frente a las
creencias tradicionales, desarrollo frecuentemente acompañado por la adopción,
en dominios anteriormente inaccesibles al pensamiento crítico sistemático, de
métodos lógicos para juzgar, sobre la base de datos de observación confiables,
los méritos de suposiciones alternativas concernientes a cuestiones de hecho o
al curso de acción más adecuado”.
También
es lícito poner cuanto énfasis se quiera en esas conquistas tecnológicas de la
ciencia que, con buen sentido, pasa por
alto Nagel. Tales conquistas no sólo han transformado las formas tradicionales
de la economía, sino que han mutado radicalmente todas las condiciones de la existencia
humana.
La
ciencia ha transformado el tiempo, alterando increíblemente los procesos
temporales de todo el quehacer del hombre.
La
ciencia ha transformado el espacio, reduciendo tan drásticamente sus dimensiones
que el gran cosmos -poco ha inabarcable y casi infinito- se ha convertido en
diminuta aldea electrónica.
La
ciencia ha transformado la anatomía y fisiología humanas, retando de tal modo
sus leyes que el hígado del mandril, el corazón del cerdo o el artefacto
plástico, pueden sustituir, cada vez con más garantías, los órganos vitales
propios.
La
revolución de los medios de desplazamiento, la
telecomunicación, la construcción mecánica de toda clase de instrumentos, la
experimentación genética, tanto vegetal como animal y humana, la digitalización
de los medios de comunicación, junto con las cada vez más sólidas y fundadas
aportaciones de las ciencias sociales, … son fenómenos determinantes de las más
profundas mutaciones socioculturales que jamás pudiera haber soñado el hombre
hace sólo muy pocos años.
La
riqueza de los pueblos no se mide hoy fundamentalmente por el grado de posesión
o la abundancia de recursos naturales, sean estos hídricos, minerales,
climáticos, etc., sino por su capacidad para producir ciencia y
tecnología, por su capacidad de investigar y producir y usar el conocimiento.
Habría
de señalarse también, dado el contexto en que nos movemos, que los valores
científico-tecnológicos han de ser plenamente acogidos por la educación, al
menos desde tres perspectivas; de una parte, habrán de multiplicarse los
esfuerzos por cientifizar la pedagogía; de otra, debería educarse con más
énfasis en los valores científicos: humildad, disciplina, objetividad,
constancia, sistematicidad, sentido crítico, etc.; por último, habría de
enriquecerse en mayor grado la acción didáctica a través de más y mejor uso de
los valiosos medios que aporta la tecnología científica para la enseñanza y el
aprendizaje.
Tal
es, precisamente, la recomendación que se hace en el Informe de la Comisión
Internacional sobre el Desarrollo de la Educación de la UNESCO (5):
“Consideramos como esencial que la ciencia y la tecnología se conviertan en
elementos omnipresentes y fundamentales de toda empresa educativa; que ellas se
inserten en el conjunto de las actividades educativas destinadas a los niños, a
los jóvenes y a los adultos, a fin de ayudar al individuo a dominar no sólo las
fuerzas naturales y productivas, sino también las fuerzas sociales y, al
hacerlo, adquirir el dominio de sí, de sus elecciones y de sus actos;
finalmente, que ellas ayuden al hombre a impregnarse de espíritu científico, de
manera que promueva las ciencias sin convertirse en su esclavo”.
3.-
RAZONES PARA LA DESCONFIANZA.
Son muchas, y
suficientemente fundamentadas, las voces que pregonan el pesimismo, fragilidad
y la problemática que, directa o indirectamente, plantea a la humanidad el
desarrollo científico-tecnológico.
A
la euforia que generan las concepciones ciencistas del progreso, se opone el
hecho real de la vida personal y social, en la que cada vez tiene más fuerza el
modelo de hombre “deshumanizado”, “desorientado”, “desaforado”,
“desilusionado”, cargado de tensiones y angustias, sin tiempo, ni aliento para
la reflexión, solitario y en “silencio”,
sin referentes espirituales y en abandono del Absoluto.
Estas
lecturas pesimistas, aunadas con las lecturas optimistas, minoran el balance
global e incitan a la reconstrucción de una nueva síntesis.
Aurelio
Peccei (6),
presidente del Club de Roma, escribía: “Durante largo tiempo, la humanidad creyó
haber descubierto la pauta óptima para un desarrollo permanente y
autopropulsado. Todos estábamos orgullosos de una civilización que sobresalía
por unos descubrimientos científicos sin precedentes, una tecnología
excepcional y una riada de producción en masa que traía a su paso unos niveles
de vida más altos, la erradicación de las enfermedades, unas posibilidades de
viajar jamás soñadas y unas comunicaciones audiovisuales instantáneas; pero a
la larga, comenzamos a caer en la cuenta de que, por la indiscriminada adopción
de esta pauta, estábamos pagando con harta frecuencia unos exorbitantes costes
sociales y ecológicos por las mejoras alcanzadas, y hasta nos vimos inducidos a
relegar a segundo plano las virtudes y valores, que son los fundamentos de una
sociedad saludable, al tiempo que la esencia misma de la calidad de vida”.
En igual sentido, J.W. Botkin (7) recuerda: “Hace
apenas diez años se albergaban grandes esperanzas en el futuro de la humanidad.
Ahora, tras una década de problemas vividos a escala mundial, no sólo parece
que la situación de nuestro planeta se haya
deteriorado sustancialmente, sino que cada día gozan de mayor predicamento las
tendencias adversas. Aun cuando la empresa técnico-científica ha avanzado en
numerosos frentes, sus logros carecen de una coordinación sistemática y
mundial, suscitando con harta frecuencia problemas más graves que los que
resuelven”.
Como
último testimonio, de entre otros múltiples que podrían citarse, recogemos la
reflexión de J. Estelrich (8): “El problema
central está ahí: cuál es el papel de la ciencia. ¿Debe ser el hombre para ella
o ella para el hombre? La sabiduría de los siglos había respondido. Ella para
el hombre. Pero hoy se la entrevé en el futuro regularizando total y
maquinalmente nuestra vida; una ciencia limitada, ni que decir tiene, pues
ignora esas necesidades del espíritu que confieren al hombre su dignidad. En
esa visión del porvenir -simple desarrollo y extensión de las realidades del
presente- la ciencia ya no es instrumento del hombre, sino más bien es el
hombre instrumento de la ciencia. La ciencia debía revelarnos el universo,
haciéndolo idóneo a nuestra vida; y, de ahí, que lo que debía ser fuente de
nuestro poder, nos convierte en sus esclavos”.
Sobre
la ciencia y lo que la ciencia implica, o puede implicar, pesan no sólo
múltiples reservas y temores, sino también graves acusaciones:
a)
Prostitución.
Xavier
Zubiri (9)
afirma al efecto que “los métodos de la ciencia van convirtiéndose, con rapidez
vertiginosa, en simple técnica de ideas -una especie de metatecnia-; pero han
dejado de ser lo que su nombre indica: órganos que suministran evidencias, vías
que conducen a la verdad en cuanto tal”.
A
su vez, Ortega y Gasset (10) escribía: “la
ciencia moderna, raíz y símbolo de la civilización actual, da acogida dentro de
sí al hombre intelectualmente medio (fabulosamente mediocre, reseña en otro
lugar) y le permite operar con buen éxito. La razón de ello está en lo que es,
a la par, ventaja mayor y peligro máximo de la ciencia nueva y de toda la
civilización que ésta dirige: la mecanización”.
b)
Arrogancia.
Manifestada
en lo que se ha convenido en llamar ciencismo y cientifismo. Se postula que el
único método posible de conocimiento es el método experimental y el único
conocimiento válido posible es el que con dicho método pueda alcanzarse, cualquiera
que sea la realidad que se pretenda conocer.
En
tal sentido, también escribe el maestro Ortega (11):
“Antes los hombres podían dividirse, sencillamente, en sabios e ignorantes, más
o menos sabios y más o menos ignorantes. Pero el especialista no puede ser
subsumido bajo ninguna de esas dos categorías. No es un sabio porque ignora
formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante,
porque es “un hombre de ciencia” y conoce muy bien su porciúncula de universo.
Habremos de decir que es un sabio-ignorante, cosa sobremanera grave, pues
significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que
ignora, no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su
cuestión especial es un sabio”.
c) Dependiente (¿al servicio?) de los poderes económicos.
“La
orientación de la investigación –señala A.M. M’Bow (12)
- y la elección de sus esferas de aplicación están sobre todo determinadas por
las necesidades y o los problemas de las naciones más ricas, lo cual viene a
reforzar la capitalización de los conocimientos científicos y técnicos en su
provecho, justamente en el momento en que el caudal de estos conocimientos ya
acumulados sigue siendo inaccesible a la mayoría de los países en desarrollo”.
d) Deshumanizadora.
Se habla en relación
con la ciencia de producción de “vida de segunda mano” (Freyer), de “hombre
masa” (Ortega y Gasset), de “hombre heterodirigido” (Riesman), … Así define
Umberto Eco (13) al hombre heterodirigido:
“Un hombre heterodirigido es un hombre que vive en una comunidad de alto nivel
tecnológico y dentro de una especial estructura social y económica, al cual se
sugiere constantemente aquello que debe desear y cómo obtenerlo según
determinados procedimientos prefabricados que le eximen de tener que proyectar
arriesgada y responsablemente”.
e) Generación de problemas superiores a los
que resuelve.
En este sentido son
numerosas las referencias a la irreversible degradación del medio ambiente,
destrucción de la capa protectora del ozono, extinción de especies animales y
vegetales, aparición de nuevas enfermedades, artificialización incómoda de la
vida, grave oscurecimiento de la vida espiritual, etc.
4.-
EPÍLOGO.
Ni
mucho menos tratamos de agotar con estas líneas la fuerza, los valores y las múltiples y cada vez más esperanzadoras aportaciones de la ciencia a la humanidad.
Es fácil concluir que el balance de la ciencia, globalmente considerado, es enormemente rico para la humanidad; que los valores intrínsecos de la ciencia han de ser más potenciados y mejor asumidos por el sistema educativo; que es razonable un moderado optimismo científico y que la filosofía y el método reflexivo deben pervivir, sin complejos, iluminando a la propia ciencia.
Es fácil concluir que el balance de la ciencia, globalmente considerado, es enormemente rico para la humanidad; que los valores intrínsecos de la ciencia han de ser más potenciados y mejor asumidos por el sistema educativo; que es razonable un moderado optimismo científico y que la filosofía y el método reflexivo deben pervivir, sin complejos, iluminando a la propia ciencia.
El
reto es situar la ciencia en su propia dimensión de “producto humano” valioso al
servicio del hombre. Ello implica sopesar muy racionalmente, desde perspectivas
globales y de largo alcance, los múltiples beneficios que la ciencia aporta y puede
seguir aportando a la humanidad junto a los costos reales que conlleva su desarrollo; no perder
del horizonte de la ciencia los postulados éticos esenciales, y no olvidar que
su función no es otra que la de contribuir a la mejora de la calidad de la vida
humana, en armonía con el medio natural y social, y al pleno desarrollo de la
dignidad humana.
________________
1)
Millán Puelles, A. (1984). Léxico filosófico, Rialp, Madrid; pág.
127.
2) Fourastie,
J. (1972): Failleté de l’Université?, Gallimard,
París; pág. 96
3) Ortegay
Gasset, J. (1967): La rebelión de las
masas, Círculo de Lectores, Barcelona.
4) Nagel,
E. (1989): La estructura de la ciencia, Paidós,
Barcelona; pág. 11
5) Faure,
E. (1974): Aprender a ser, Alianza-UNESCO,
Madrid; pág. 33
6) Botkin
y otros. (1985): Aprender, horizonte sin
límites, Santillana, Madrid; págs.. 14-15
7) Botkin,
op. cit.; pág. 19
8) Huxley,
A. (1979): Un mundo feliz, Círculo de
Lectores, Barcelona; pág. 11
9) Zubiri,
X. (1994): Naturaleza, Historia, Dios,
Edit. Nacional, Madrid; pág 16
10) Ortega
y Gasset, J. óp. Cit.; págs. 133-134
11) - , óp. cit;
pág. 136
12) M’Bow,
A. M. (1982): Las raíces del futuro, UNESCO,
Madrid, pág. 72
13) Eco,
H. (1968): Apocalípticos e integrados en
una cultura de masas, Lumen: Barcelona; pág. 275
5.-
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ZUBIRI, X. (1944): Naturaleza, Historia, Dios. Editora Nacional, Madrid.
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El trabajo Pros y contras de la ciencia hoy, ahora revisado fue publicado en:
VV.AA.(1995) Segundas Cuestiones sobre Educación. Madrid: UNED, 325 - 333.
VV.AA.(1995) Segundas Cuestiones sobre Educación. Madrid: UNED, 325 - 333.
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