Ernesto Rodríguez y Rodríguez(*)
Pedagogo.
¡Vaya si corre! Más que corre, … ¡vuela!
Prácticamente era “ayer”, al menos así lo percibo, cuando
la hornada de los que nacimos en la primera mitad de la década de los cuarenta,
éramos niños. Niños fuertes (los débiles no sobrevivían a la infancia),
resistentes al frío, al calor, bastantes al hambre, a la cultura del palo,…; niños
sin agua corriente en casa, sin retrete, sin frigorífico, sin teléfono, sin
televisión, …; niños sin juguetes, sin libros, sin cuentos, …; niños endurecidos
con el trabajo temprano, en el campo, con los cerdos, las cabras, las aceitunas,
… o de ayudantes y aprendices con el albañil, en la fragua, con el zapatero, con
el carpintero, …
Algunos, con suerte, pudimos ir a la escuela; pero otros
muchos, ¡no!
Naturalmente, tras aquella niñez espartana en la
que crecimos y aprendimos a idear y construir los juguetes que no teníamos, a
creer en la honradez, a esforzarnos, a superarnos, … llegaron, con la
adolescencia, los primeros ardores del amor.
¡Qué lindo siempre es el amor!
Pero, ¡cuán difíciles eran entonces
aquellos amores primeros!
Nada importaba que fueran ideales, sublimes,
encendidos, … Frente a ellos estaba, amenazante siempre, el “ogro" del pecado
mortal. Cualquier pensamiento, deseo, mirada, … relacionado con el amor a la
“dama idealizada”, era, o podía ser, acción deshonesta.
La cuestión, en numerosas ocasiones, derivaba en
conflicto personal profundo: si por una parte el alma se estremecía de gozo por el amor
naciente, que, naturalmente, se recreaba en el pensamiento de la dulce amada y en
el deseo del beso, de la caricia, …, por otra, esa alma misma se angustiaba profusamente
con tales pensamientos y deseos, que, “per
se”, -así nos lo decían entonces los cuidadores de la moral- eran, o podían ser, impuros y deshonestos.
Cada uno recordará su historia, sus sentimientos, sus
luchas interiores sus zozobras y sus
avatares amorosos de adolescencia.
El caso es que todo eso acabó. Y llegaron,
sucesivamente, muchas otras cosas: estudios, noviazgo, profesión, familia, … Y,
aquellos niños que “ayer” fuimos, en un
abrir y cerrar de ojos, cruzamos el serpenteante camino de la juventud, la senda pedregosa de la
adultez y llegamos a la “dorada” vejez.
¡Va todo tan rápido!
El problema, sin embargo, no es la desmesurada velocidad del tiempo de la vida. El problema es que, con los matices diferenciales particulares propios de cada itinerario personal, comenzamos a vislumbrar en la cercanía un perverso fantasma, un fuerte y muy gran monstruo, que, sin conmiseración alguna, con inusitada saña, con malas artes, viene dispuesto a asolar, a destruir y a enterrar aquellos hermosos años de infancia y juventud plagados de sueños, energía vital, ..., y aquellos hermosos años adultos llenos de compromisos, ideales, actividad profesional, ... de fuerza y plenitud.
Tan horrible fantasma, que no es imaginario como siempre han sido los fantasmas, sino real, suele ser denominado, eufemísticamente, con diversos nombres: "tercera edad", "jubilación", ... y con "otras palabras". No hay duda que tal fantasma es vil, malévolas sus intenciones y muy perversos sus proyectos; tampoco queda duda sobre cuál es la finalidad de sus agresivas acciones: agotar fuerzas, menoscabar energías, socavar empeños, destruir ilusiones, debilitar, deteriorar, ... empujar al precipicio, ... y asustar, especialmente cuando, con sarcasmo y sin pudor, en sus más fuertes ataques grita vociferante que "esto"... ¡está próximo a su fin!
¿Cómo defenderse de tan horrible monstruo?
Es cierto que los hábitos de vida saludable son buenos escudos protectores contra sus sables monstrencos; que la memoria, según el grado en que se conserve, posibilita en la vejez el fed-back del "andar y desandar caminos" y la re-vivencia e instalación defensiva en lugares y tiempos anteriores libremente elegidos; que la imaginación, según el grado de posesión y uso, permite, al tiempo que"modificar" e idealizar las realidades pasadas, armar nuevas defensas suavizando las aristas de los presagios futuros; que la fe, si se tiene, puede ayudar a transformar la presumible última derrota en esperanza de victoria definitiva, alumbrando un nuevo renacer plagado de senderos luminosos, de belleza eterna, de paz perpetua, ...; pero el maligno fantasma, siempre activo y empeñado en su programa destructivo, ajeno a deseos, hábitos, recuerdos, ilusiones, esperanzas, imaginación y fe, sigue y prosigue su cruel, insidioso y sórdido plan aniquilador.
¿Son así las cosas? ¿Es verdad esto del fantasma?
¡Claro que es verdad!
Pero ¡no es toda la verdad.
La especial naturaleza del ser humano, la energía de su mente, la fuerza de su pensamiento y el
potencial de su libertad, reforzados con la voluntad de vivir y con la ayuda de la ciencia salutífera (botica incluida), pueden, desde luego que no acabar con el terrible fantasma, pero sí aminorar sus golpes, retrasar sus planes, ¡pararle un poco los pies!
La vida humana es mucho más que biología: es también espíritu,
fuerza afectiva, voluntad de ser, energía intelectual, compromiso vital, ilusión,
proyecto, necesidad de hacer, lucha permanente, coraje y valentía.
Cierto es que la vejez nada tiene que ver con la
incansable actividad motriz infantil, ni con la ingente fuerza física de la
juventud, ni con otras valiosas potencias de la etapa de la madurez; pero la
vejez es también la vida. La vejez, la buena vejez, posibilita, y nos exige,
“rematar”, desde la serenidad, la cordura y la experiencia, nuestra tarea
humana, poniendo en ella el gozo de dar,
cada uno desde su especial y peculiar situación y circunstancia, lo más bonito
que puede darse: amor, comprensión, perdón, tolerancia, sabiduría, paz
interior, visión generosa de las cosas, sosiego,
ejemplo de bien hacer,…
La vida siempre hay que nutrirla con la acción, y, siendo
la vejez también la vida, la acción ha de formar parte esencial de la vejez. No
hablamos de una acción minorada, desmotivada, meramente reactiva, acobardada por el miedo a la “noche oscura”,
ni de un retorno, imposible por otra parte, a los caminos ya andados; preconizamos
una vida entusiasta y llena de todo, de libertad, de fortaleza moral, de sensibilidad,
de buen humor, de actividad física, social, afectiva, participativa, mental,
lúdica, cultural, … de curiosidad intelectual, de sueños, de ilusiones, de disfrute
y de plenitud.
Y, ¿qué mejor hacer para llenar de actividad este valioso
tiempo de la primavera que nos ha vuelto a renacer, además de administrar bien la pensión para que llegue a fin de mes, que
recrearse en sus brisas y colores, que celebrar con entusiasmo sus amaneceres, que
pasear los caminos del pueblo en la alborada, que leer, escribir, dialogar con la
familia y los amigos, contar historietas y cuentos a los nietos, … y llenar el
corazón y la mente de la alegría de vivir?
¡Feliz primavera!
__________________
(*) El presente trabajo, ahora revisado, se escribió el día 28-IV-2013, siendo publicado en la revista "El Bermejino", núm. 394, Abril, 2013, de Doña Mencía (Córdoba).
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(*) El presente trabajo, ahora revisado, se escribió el día 28-IV-2013, siendo publicado en la revista "El Bermejino", núm. 394, Abril, 2013, de Doña Mencía (Córdoba).
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