domingo, 17 de diciembre de 2017

¡”ESTO” CORRE QUE VUELA!

Ernesto Rodríguez y Rodríguez(*)

Pedagogo.

                                                                 
       ¡Vaya si corre! Más que corre,  … ¡vuela!
     Prácticamente era “ayer”, al menos así lo percibo, cuando la hornada de los que nacimos en la primera mitad de la década de los cuarenta, éramos niños. Niños fuertes (los débiles no sobrevivían a la infancia), resistentes al frío, al calor, bastantes al hambre, a la cultura del palo,…; niños sin agua corriente en casa, sin retrete, sin frigorífico, sin teléfono, sin televisión, …; niños sin juguetes, sin libros, sin cuentos, …; niños endurecidos con el trabajo temprano, en el campo, con los cerdos, las cabras, las aceitunas, … o de ayudantes y aprendices con el albañil, en la fragua, con el zapatero, con el carpintero, …

     Algunos, con suerte, pudimos ir a la escuela; pero otros muchos, ¡no!

     Naturalmente, tras aquella niñez espartana en la que crecimos y aprendimos a idear y construir los juguetes que no teníamos, a creer en la honradez, a esforzarnos, a superarnos, … llegaron, con la adolescencia, los primeros ardores del amor.

     ¡Qué lindo siempre es el amor!

     Pero, ¡cuán difíciles eran entonces aquellos amores primeros!
     Nada importaba que fueran ideales, sublimes, encendidos, … Frente a ellos estaba, amenazante siempre, el “ogro" del pecado mortal. Cualquier pensamiento, deseo, mirada, … relacionado con el amor a la “dama idealizada”, era, o podía ser, acción deshonesta.
     La cuestión, en numerosas ocasiones, derivaba en conflicto personal profundo: si por una parte el alma se estremecía de gozo por el amor naciente, que, naturalmente, se recreaba en el pensamiento de la dulce amada y en el deseo del beso, de la caricia, …, por otra, esa alma misma se angustiaba profusamente con tales pensamientos y deseos, que, “per se”, -así nos lo decían entonces los cuidadores de la moral- eran, o podían ser, impuros y deshonestos.
     Cada uno recordará su historia, sus sentimientos, sus luchas interiores  sus zozobras y sus avatares amorosos de adolescencia. 
   
     El caso es que todo eso acabó. Y llegaron, sucesivamente, muchas otras cosas: estudios, noviazgo, profesión, familia, … Y, aquellos  niños que “ayer” fuimos, en un abrir y cerrar de ojos, cruzamos el serpenteante camino  de la juventud, la senda pedregosa  de la adultez y llegamos a la “dorada” vejez.

   ¡Va todo tan rápido!

    El problema, sin embargo, no es la desmesurada velocidad del tiempo de la vida. El problema es que, con los matices diferenciales particulares propios de cada itinerario personal, comenzamos a vislumbrar en la cercanía un perverso fantasma, un fuerte y muy gran monstruo, que, sin conmiseración alguna, con inusitada saña, con malas artes, viene dispuesto a asolar, a destruir  y a enterrar aquellos hermosos años de infancia y juventud plagados de sueños, energía vital, ..., y aquellos hermosos años adultos llenos de compromisos, ideales, actividad profesional, ... de fuerza y plenitud.

  Tan horrible fantasma, que no es imaginario como siempre han sido los fantasmas, sino real, suele ser denominado, eufemísticamente, con diversos nombres: "tercera edad", "jubilación", ... y con "otras palabras". No hay duda que tal fantasma es vil, malévolas sus intenciones y muy perversos sus proyectos; tampoco queda duda sobre cuál es la finalidad de sus agresivas acciones: agotar fuerzas, menoscabar energías, socavar empeños, destruir ilusiones, debilitar, deteriorar, ... empujar al precipicio, ... y asustar, especialmente cuando, con sarcasmo y sin pudor, en sus más fuertes ataques grita vociferante que "esto"... ¡está próximo a su fin! 


   ¿Cómo defenderse de tan horrible monstruo?


     Es cierto que los hábitos de vida saludable son buenos escudos protectores contra sus sables monstrencos; que la memoria, según el grado en que se conserve, posibilita en la vejez el fed-back del "andar y desandar caminos" y la re-vivencia e instalación defensiva en lugares y tiempos anteriores libremente elegidos; que la imaginación, según el grado de posesión y uso, permite, al tiempo que"modificar" e idealizar las realidades pasadas,  armar nuevas defensas suavizando las aristas de los presagios futuros; que la fe, si se tiene, puede ayudar a transformar la presumible última derrota en esperanza de victoria definitiva, alumbrando un nuevo renacer plagado de senderos luminosos, de belleza eterna, de paz perpetua, ...; pero el maligno fantasma, siempre activo y empeñado en su programa destructivo, ajeno a deseos, hábitos, recuerdos, ilusiones, esperanzas, imaginación y fe, sigue y prosigue su cruel, insidioso y sórdido plan aniquilador.   
     
     ¿Son así las cosas?  ¿Es verdad esto del fantasma?
     ¡Claro que es verdad!
     Pero ¡no es toda la verdad.
  
     La especial naturaleza del ser humano, la energía de su mente, la fuerza de su pensamiento y el 
potencial de su libertad, reforzados con la voluntad de vivir y con la ayuda de la ciencia salutífera    (botica incluida), pueden, desde luego que no acabar con el terrible fantasma, pero sí aminorar sus     golpes, retrasar sus planes, ¡pararle un poco los pies!

     La vida humana es mucho más que biología: es también espíritu, fuerza afectiva, voluntad de ser, energía intelectual, compromiso vital, ilusión, proyecto, necesidad de hacer, lucha permanente, coraje y valentía.

     Cierto es que la vejez nada tiene que ver con la incansable actividad motriz infantil, ni con la ingente fuerza física de la juventud, ni con otras valiosas potencias de la etapa de la madurez; pero la vejez es también la vida. La vejez, la buena vejez, posibilita, y nos exige, “rematar”, desde la serenidad, la cordura y la experiencia, nuestra tarea humana, poniendo en ella el  gozo de dar, cada uno desde su especial y peculiar situación y circunstancia, lo más bonito que puede darse: amor, comprensión, perdón, tolerancia, sabiduría, paz interior, visión generosa de las cosas,  sosiego, ejemplo de bien hacer,…

     La vida siempre hay que nutrirla con la acción, y, siendo la vejez también la vida, la acción ha de formar parte esencial de la vejez. No hablamos de una acción minorada, desmotivada, meramente reactiva,  acobardada por el miedo a la “noche oscura”, ni de un retorno, imposible por otra parte, a los caminos ya andados; preconizamos una vida entusiasta y llena de todo, de libertad, de fortaleza moral, de sensibilidad, de buen humor, de actividad física, social, afectiva, participativa, mental, lúdica, cultural, … de curiosidad intelectual, de sueños, de ilusiones, de disfrute y de plenitud.

     Y, ¿qué mejor hacer para llenar de actividad este valioso tiempo de la  primavera que nos ha vuelto a renacer, además de administrar bien la pensión para que llegue a fin de mes, que recrearse en sus brisas y colores, que celebrar con entusiasmo sus amaneceres, que pasear los caminos del pueblo en la alborada, que leer, escribir, dialogar con la familia y los amigos, contar historietas y cuentos a los nietos, … y llenar el corazón y la mente de la alegría de vivir?
     
     ¡Feliz primavera!

     __________________
     (*) El presente trabajo, ahora revisado, se escribió el día 28-IV-2013, siendo publicado en la revista "El Bermejino", núm. 394, Abril, 2013, de Doña Mencía (Córdoba).  


jueves, 5 de octubre de 2017

HABLEMOS DE DEMOCRACIA

                                   Ernesto Rodríguez y Rodríguez (*)
                                                           Pedagogo                                                                                                                                                                                                                                  
              "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en  dignidad y derechos y,                dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse 
            fraternalmente los unos con los otros".
                                                                              Declaración Universal de los Derechos Humanos.
                                                                                 Naciones Unidas. París, 1948, Artº. 1

     Entendemos como hecho generalizado que, al menos las generaciones de españoles nacidos en la postguerra, valoramos y celebramos con satisfacción y alborozo el esfuerzo político realizado en su día por  la sociedad española para la definitiva superación de la prolongada y azarosa dictadura y para el diseño, a través de la Constitución de 1978, de una democracia reconciliadora, integradora, de todos y para todos.

     Ello no obstante,  advertimos en tiempos hodiernos, no sin preocupación, excesiva “conmoción” en el mundo político: la inmoralidad de unos; el resentimiento de otros; la excesiva ambición de los más; la carencia de proyectos compartidos; la persistente, estéril y acrítica confrontación  sin vocación de consenso y desvinculada de los grandes ideales del bien común; la escasa proyección de futuro, etc.

     Tal “conmoción” genera en buena parte de los ciudadanos no sólo  desconfianza en la política y en el porvenir, sino, lo que es aún peor, actitudes involutivas, reaccionarias, populistas, disgregadoras, … de incierto y no buen pronóstico.

     Es por ello que, desde todos los foros sociales, pero muy especialmente desde los foros y espacios educativos, debería profundizarse más en lo que la democracia es realmente, redescubriendo su propio concepto, su sentido, sus fortalezas y sus debilidades.

     Para iniciar tal redescubrimiento, recordemos que el término democracia, vocablo acuñado en Atenas en el siglo V a. de C., procede de los términos griegos ‘demos´ (pueblo) y ‘kratos’ (poder, gobierno) y  significa: sistema de  gobierno en el cual las decisiones colectivas, los modos de organizarse como grupo social y las normas que han de regular la vida pública, han de tomarse por el pueblo mediante mecanismos de participación, unas veces directa (plebiscito, referéndum, elecciones generales), y otras indirecta (a través de los representantes periódicamente elegidos).

     Democracia = gobierno del pueblo por el pueblo.
                                           
     Su verdadero sentido no es otro que reconocer el derecho de todos a participar en la vida pública, de modo que las cosas que a todos afectan sean por todos decididas.

     Se fundamenta en tres principios fundamentales:
     a) El principio de igualdad esencial de los seres humanos.
     b) El principio del sometimiento de todos a la ley.
     c) El principio de la justicia social.

     Las fortalezas de la democracia (el sistema menos malo de todas las formas posibles de gobierno hasta ahora conocidas) son múltiples:
     - Requiere a los ciudadanos, con todo lo que ello implica, el firme compromiso de cada uno con la dignidad, sagrada e inviolable, de todos los demás. 
     - Es el más sólido aval del respeto al pensamiento plural y el mejor antídoto contra el fanatismo, la intolerancia y la tiranía. 
   - Constituye la democracia en sí misma el cauce más apropiado para la fluencia abundante del diálogo constructivo, la iniciativa creadora, el debate argumentado, la confrontación razonada, la dialéctica del bienestar, …
    - Demanda a todos, sin excepciones, corresponsabilidad y participación.
   - Es de todos y para todos, porque excluye la discriminación en todas sus formas, promueve la plena integración social de todos, la igualdad de todos ante la ley, el amparo jurídico generalizado, el respeto a las minorías y el compromiso pleno con los Derechos Humanos.
    - Crece y se desarrolla con el espíritu de concordia y el ejercicio de la solidaridad.
    - Su esencial empeño es el bien común.
   - Diluye los peligros de la concentración de poder mediante la distribución de las funciones políticas entre fuerzas independientes: Cortes (función legislativa), Poder Judicial (función jurídica) y Gobierno (función ejecutiva).
    - No admite otra fuente de poder que la soberanía popular, deslegitimando cualquier tipo de autoridad que no emane del pueblo, de la totalidad del pueblo en libertad.
    - Es garantía de justicia y de paz. En la auténtica democracia no caben ni el privilegio ni la enemistad entre los ciudadanos, sino el respeto a la ley y el trabajo cooperativo. Cada miembro del grupo social, desde su legítima óptica ideológica y personal cosmovisión, está obligado a aportar lo mejor de sí mismo en orden al bienestar, la paz, el desarrollo comunitario y la felicidad de todos.

     Sin embargo, siendo tan sólidas sus fortalezas, la democracia tiene también múltiples debilidades. Citemos alguna de ellas: 
    1. Democracia sin demócratas.
    En el seno de las sociedades existen personas, a veces demasiadas, propensas a la ambición desmedida, al descuido moral, al uso y abuso de los demás, al desprecio del otro, a la insolidaridad, al rechazo, a la desconsideración, etc. Tales propensiones, si están vivas y activas en la vida política -muchas veces lo están- corrompen, desvirtúan y degradan la democracia.
     2. Programas electorales de partido sin compromiso político y social.
     Un programa político difuso, desvinculado de la realidad, sin objetivos valiosos, precisos y viables, lejos de ser un contrato vinculante entre ciudadanos representantes y representados, sólo es demagogia, manipulación y engaño.
     3. Poder excesivamente concentrado (“el rodillo de las mayorías absolutas”).
     Siendo cada grupo una pieza de la máquina política, cuando una sola de tales piezas tiene capacidad para neutralizar la acción de las demás, las minorías neutralizadas, salvo que sean oídas, respetadas y tenidas en cuenta, quedan desconectadas del sistema y, en consecuencia, sin anclaje político y sin participación efectiva.
    4. Poder excesivamente diluido.
    Si, como consecuencia de la decisión popular, el poder se distribuye en numerosas minorías y cada una de ellas opta por instalarse en su propio caparazón ideológico cerrado, hermético y excluyente, impidiendo, o dificultando en exceso, el diálogo, la negociación y el acuerdo, resulta imposible acometer proyectos, integrar fuerzas, formar gobiernos sólidos, lograr estabilidad, ...
     5. Abstención participativa.
     Cuando la renuncia voluntaria a la participación por parte de los ciudadanos es elevada, queda demasiada gente sin la deseable representación. 
                                                                     *** 

    Decimos, para finalizar, que la democracia no sólo es una forma de gobierno; es también, para los demócratas, un modo de ser, una actitud de vida y un compromiso social: un modo de ser responsable, participativo y coherente; una actitud de vida reflexiva, crítica y dialogante; un compromiso social permanente con la libertad, la honestidad, la justicia y el bien común. 
_______________
(*) El presente escrito, ahora revisado, se escribió el día 8-VI-2017, siendo publicado en la revista "El Bermejino", núm. 445, Julio, 2017.

lunes, 5 de junio de 2017

COORDENADAS DE LA ITINERANCIA HUMANA

                                           
                                                          Ernesto Rodríguez y Rodríguez
                                                          Pedagogo
                                      ...
            
Tanto desde el discurso literario (novela, teatro, poesía, ...), como desde la reflexión filosófica (doctrinas, cosmovisiones, idearios, ...), viene siendo frecuente explicar la vida humana en términos de itinerario, ruta, viaje, trayecto o  camino.

            Posiblemente se recurre a este paradigma porque resulta relativamente fácil comprender como en un  momento determinado, el de la concepción, comienza la propia vida,  y como en otro, el del ocaso, las garras de la muerte acaban con ella. Y entre ambos momentos, el del inicio y el del final, media una distancia, que, quiérase o no, hay que recorrer.

            Precisamente, ser persona es  “ser existencia itinerante”,  recorriendo, hasta donde cada uno pueda (o le dejen), las etapas naturales del camino: primero, fecundación; enseguida, cigoto, y luego, sucesivamente, mórula, embrión, feto, niño/a, adolescente, joven, adulto/a  y anciano/a.  
           
            Sin embargo, pudiéndose alcanzar sin demasiado esfuerzo mental un alto grado de acuerdo en el hecho de entender la vida como “camino a recorrer”, son muy diversas las formas de interpretar el sentido y la naturaleza de este “trayecto personal o itinerario vital”.

            Para unos, los que se sitúan en las opciones naturalistas y deterministas más extremas, el camino está absolutamente trazado.
Cada uno, sin posible alternativa, nace donde y cuando tiene que nacer, le ocurre todo lo que le tiene que ocurrir y vive según sus parámetros existenciales previamente  inscritos en el universo.
Lo único que cabría hacer en la vida, lo único que se podría hacer, es, sencillamente, “dejarse empujar por los vientos del destino”, sean éstos suaves brisas o turbulentos huracanes.
            Ni hay posibilidad de conocimiento, ni hay posibilidad de libertad.
Lo que la persona puede conocer son simples y meras percepciones de asociación, intranscendentes vitalmente en tanto que es imposible llegar desde ellas al conocimiento esencial del ser.
El único conocimiento humano posible sería, si acaso, “que no es posible saber”.
Al no haber posibilidad de conocimiento, es imposible la libertad, y, por  tanto, no hay opción a  decidir nada distinto a lo predeterminado.
No es posible elegir nada, optar por nada, consistiendo la felicidad, simplemente, en asumir el destino, cada uno el suyo, con la mayor serenidad del alma, gozando de  aquello que se pueda gozar y aceptando con fortaleza y sin lamentaciones aquello que haya de padecerse.
Las grandes virtudes humanas serían la serenidad del ánimo, la resignación, la paciencia, la tranquilidad, la humildad, la conformidad, etc.
...
Para otros, los que se sitúan en las opciones existencialistas y libertarias también extremas, no hay  camino alguno.
Cada persona, con sus propios pasos, traza su  camino, y, con su libertad, diseña su historia, decide las condiciones de su existencia, construye su propio ser, elabora sus propios valores, genera su felicidad o  su desgracia, y provoca sus brisas y sus huracanes.
¡No hay destino! 
La vida humana es “existencia decidiendo en libertad”.
La felicidad, según este modo de entender el mundo, consistiría fundamentalmente en “decidirse a ser libre” gozando en plenitud del propio ejercicio de la libertad.   
La mejores virtudes serían precisamente aquellas que nada tienen que ver con la humildad, la resignación, la conformidad o la debilidad, sino las que se derivan del orgullo de “ser persona”, y, por tanto, de disponer de inteligencia, conciencia y libertad, tales como la voluntad de poder, la voluntad de crear, la voluntad de disfrutar, la autoestima, el conocimiento, la ciencia, etc.

            Esbozadas ambas posiciones ideológicas extremas, nos parece evidente que:

           1º. Destino y libertad no son elementos incompatibles  o excluyentes.
           2º. Destino y  libertad son las coordenadas referenciales más significativas de
                 toda  itinerancia humana.
           3º. Destino y libertad están presentes en todas las existencias. 

Dicho en otras palabras: en toda vida hay caminos trazados y caminos por hacer....

Hay destino, llámese con éste u otros vocablos (fatum, suerte, predeterminación, circunstancias, sino, etc.), porque cada persona, sin posibilidad de elección, nace en un tiempo, en un lugar, en un contexto familiar, con una específica dotación genética  que le configura, por ejemplo, como hombre o mujer, con más o menos dotación mental, con más o menos resistencia a la enfermedad, ... y, sin mérito o demérito personal alguno, se encuentra en el mundo en unas circunstancias concretas de mejor o peor suerte genética, social, histórico-temporal, geográfico-espacial, etc.
Tales hechos y circunstancias, de múltiples maneras,  condicionan, determinan y “llevan o arrastran” en direcciones predeterminadas hacia modos de existencia difícilmente eludibles.

Hay libertad porque la mayor parte de los condicionamientos personales son, en algún modo, relativos, y, en gran manera, modificables; porque nunca la estructura de la personalidad queda definitivamente cerrada, sin capacidad de transformación libremente decidida; porque siempre existe alguna posibilidad para no quedar del todo atrapado por los hechos y las circunstancias; porque es posible decidir muchas cosas; porque siempre hay opciones para modificar múltiples aspectos de la propia existencia, y porque cada persona puede “gestionar” y vivir de muy diversos modos, su propio destino”, con lo cual tal destino sería un poco menos determinante. 

Ocurre, sin embargo, que el ejercicio de la libertad, siendo el mejor y el más necesario de los ejercicios humanos, no es fácil. 
Requiere estar dispuesto a vencer múltiples inercias deterministas, a desprenderse de prejuicios inútiles, a pensar con mayor profundidad, a conocerse mejor, a desembarazarse de servilismos y tutelas  manipuladoras,  y, desde luego, requiere también estar dispuesto a equivocarse, a rectificar y a salir siempre adelante. 
Bien sea por pereza, bien sea por miedo, bien sea por falta de costumbre, lo cierto es que somos menos racionales de lo que podemos y menos libres de lo que debemos.

         Naturalmente, cada cual ha de interpretar y administrar del modo que estime oportuno su destino y su libertad. 

          A nosotros nos parece que es acertado, situándose en la mejor dirección posible, caminar con sosiego, sin miedo, hacia metas valiosas; observar y aprender lo más posible en el camino; superar cuantos obstáculos puedan ser superados; rechazar la tentación de “ser llevado”, y mantener permanentemente encendida la linterna moral, cuya luz siempre es necesaria para no caer en los abismos oscuros de la indignidad y la desvergüenza. 

viernes, 17 de marzo de 2017

HABLEMOS DE EDUCACIÓN  
                                         
      Ernesto Rodríguez y Rodríguez
                           
                                                                                                               Pedagogo
                                                                                   


 Inicialmente señalamos que la educación, la buena educación, es algo especialmente valioso, un gran tesoro, una preciosa posesión, un gran bien, tanto para la persona individual que logra alcanzarla, como para la sociedad que la cultiva y desarrolla. Añadimos que no es fácil su logro; pero que, a través del empeño y el esfuerzo personal, siempre es posible.
       En un primer acercamiento hacia lo que la buena educación sea, hemos de entenderla como un conjunto de valores inmateriales sublimes, referidos a plenitud de vida, a excelencia en el ser, a óptimos patrones de vida intelectual y social y a elevados principios morales.
     Tales valores se irían acumulando en el haber personal a lo largo de cada existencia, de modo permanente, de múltiples y diferenciados modos, durante cada una de las etapas naturales de la vida, en función, del uso que cada persona, en su itinerario vital, va haciendo de sus sentidos, que son las puertas y ventanas por las que circulan las imágenes, sensaciones y percepciones primarias, y de su inteligencia, que es “el taller fundamental del ser”, en cuyos yunques, procesando adecuadamente imágenes, sensaciones y percepciones, se producen las ideas, se construye el conocimiento y se forjan los principios y valores configuradores de la conducta y de la personalidad.

    Desde supuestos primarios y elementales, la buena educación no es necesariamente consecuencia directa y exclusiva de tiempo de escuela, de logro de titulaciones académicas, de posesión de saberes ilustrados, de adquisición de habilidades artísticas, de competencias profesionales, de acumulación de saber científico, ..., sino, fundamentalmente, de disposiciones actitudinales, de hábitos, de sentimientos, de virtudes, de compromisos, de honorabilidad, etc. Así lo viene entendiendo históricamente el sentir popular, que identifica la buena educación con el civismo, el respeto a los demás, el buen carácter, la elegancia social, la honradez personal, ...

     Sin embargo, la ciencia de la educación, que es la Pedagogía, amplía significativamente tal concepción. La buena educación es más que lo hasta ahora dicho.

        ¿Qué es realmente la buena educación?

       El insigne maestro griego, Platón (427 a.C. / 347 a.C.), señaló que consistía en “dar al cuerpo y al alma toda la belleza y perfección de que son capaces”.
     Enseñaba el sabio ateniense que, al ser dual la naturaleza humana, cuerpo, (físico y mortal) y alma (espiritual y eterna), ambas partes habrían de constituirse en las dianas de la educación. En consecuencia, la buena educación se identificaría, de un lado, con la buena educación física, y, de otra, con la buena educación moral.
       La primera se lograría a través de la actividad física: la gimnasia, la danza, el deporte, ...
    La segunda, la más importante, se alcanzaría a través del pensamiento y la acción moral: la reflexión, el estudio y la práctica de la virtud.

      Unos años más tarde, el poeta romano Décimo Junio Juvenal (60 d.C. / 128 d.C.), en sus Sátiras, sintetizó el ideal educativo en el muy conocido aforismo latino “mens sana in corpore sano”.

     Con diversas matizaciones, de naturaleza antropológica, religiosa, social, económica, política, etc., el modelo platónico de educación ha persistido a lo largo de numerosos siglos, tal como puede observarse rastreando las numerosas referencias clásicas sucesivas relativas a su fin natural:

        “La consecución de un alma sana en un cuerpo sano, tal es el fin de la educación”.
                                                                                                                     John Locke (1632 – 1704).

         “La educación tiene como fin el desarrollo en el hombre de toda la perfección que su
naturaleza lleva consigo”.
                                                                                                                     Inmanuel Kant (1724-1804).

        Pese a que en el siglo XIX la Pedagogía, con la natural pretensión de transformarse en ciencia empírica, inicia el proceso de su creciente desvinculación filosófica, amplía sus referencias antropológicas y se centra en modelos omnicomprensivos, sistémicos y holísticos, nunca llega a desviarse de su fin esencial, intemporal y permanente suministrado por la Filosofía, que no es otro que la optimización del ser humano, el pleno desarrollo de la personalidad.

       Los primeros pasos de este nuevo rumbo pedagógico podríamos atribuirlos a J. H. Pestalozzi (1746-1827), al señalar que “la educación es el desarrollo natural, progresivo y sistemático de TODAS las facultades humanas”.
       Las metas educativas trazadas por el pedagogo suizo se han maximizado en nuestro tiempo hasta casi el horizonte infinito de la utopía, de modo que, para la ciencia pedagógica moderna, la buena educación, hace referencia a un proceso CONTINUO y permanente de aprendizaje y de cultivo personal, orientado al pleno desarrollo de TODAS las facultades humanas, que insta a TODA persona, en TODOS sus tiempos y edades y en TODOS sus contextos socio-históricos y espaciales.
      Como consecuencia de ello, la persona que pretenda elevados niveles de buena educación habrá de cultivar, con decisión, valentía, y de modo permanente, todo su potencial humano.

       ¿Qué es eso del potencial humano?
       La Pedagogía lo explica con el término educabilidad, que definimos como la capacidad humana de reconstrucción perfectiva permanente.

       La buena educación requiere el cultivo permanente de todas las dimensiones a través de las cuales  se despliega la personalidad, siendo dimensiones fundamentales las siguientes:
         - Dimensión biológica: cuerpo, fisiología, salud, ... 
         - Dimensión psicoafectiva: emociones, sentimientos, sexualidad, ....
         - Dimensión social: relaciones, comunicación, convivencia, ...
         - Dimensión intelectual: pensamiento, ciencia, arte, cultura, ...
         - Dimensión libertad: libre albedrío, voluntad, elección, ...
         - Dimensión moral: conciencia, honor, virtud, compromiso, ....

      Al requerir la buena educación el cultivo permanente, integral, equilibrado y armónico de tales dimensiones y enfatizando que hay que trabajarlas todas, hacemos una breve referencia a cada una de ellas.

       a) Dimensión biológica.
        Nunca la buena educación puede descuidar el saber del cuerpo, fundamento previo para su cuido. Entender bien el cuerpo requiere, de una parte, conocerlo tal como es y tal como naturalmente evoluciona, y, de otra, cuidarlo. La buena educación exige, entre otras cosas, el aprendizaje y la práctica de la actividad física apropiada a cada edad, el ejercicio de la necesaria higiene (física, alimentaria, sensorial, etc.), la prevención de accidentes, la evitación de autoagresiones (consumo de tabaco, alcohol, resto de drogas, …), la reducción del estrés, la angustia, la tristeza, …, el contacto frecuente con la Naturaleza, el descanso (dormir) en las mejores condiciones naturales, las revisiones médicas periódicas, el ejercicio de la risa y del buen humor, la tranquilidad del ánimo, la paz interior, …

        b) Dimensión psicoafectiva.
       De igual modo, en ningún caso la buena educación puede descuidar el conocimiento y la vivencia positiva de las emociones. Cada persona es un mar, a veces tranquilo, a veces proceloso, de sentimientos y emociones; en el interior de cada ser humano circulan permanentemente sentimientos múltiples, determinantes -según su intensidad y composición- de vivencias plácidas y alegres o agitadas y tormentosas, que condicionan diferencialmente los modos de ser y estar. En el devenir educativo, tales emociones deben ser estudiadas, analizadas, evaluadas y reconducidas ,a la luz de sus efectos, en orden a la felicidad personal y al bien común.

        c) Dimensión social.
            Es fácil constatar que nadie es autosuficiente. No es posible “cargar” con la vida en solitario. Necesitamos a los demás, sentir sus afectos, formar parte activa de los grupos, entrelazar las manos, dialogar, entendernos, ayudarnos en la cotidianidad, vivir juntos. Ello requiere aprendizajes difíciles, pero imprescindibles y necesarios.
            ¡Cuánto mal producen los rechazos, las exclusiones y los desafectos!
          Nunca aprendemos suficientemente a salir de la reducida guarida del yo para construir la casa grande del nosotros; apenas progresamos en el respeto y en la aceptación de los demás; nos comprendemos poco. Deberíamos entendernos, mejorar el diálogo, ser más solidarios. Habría que eliminar para siempre todas las guerras.
        La buena educación requiere, ineludiblemente, aprender a convivir, a caminar con las manos entrelazadas, a practicar la generosidad, a prodigar los afectos, a cultivar el buen humor y la simpatía, a participar, a comprender, ...

         d) Dimensión intelectual.
         Salvo en casos muy excepcionales de lesiones o trastornos bio-neurológicos muy severos, toda persona dispone de la capacidad de aprender. La inteligencia y la memoria son dos hermosos regalos que la Naturaleza ha dado a la especie humana. La posibilidad de pensar, de relacionar causas y efectos, de evaluar resultados y consecuencias, de almacenar y recordar hechos y acciones, de solucionar problemas, de investigar, de dialogar, de innovar, de crear, de entender, … es un precioso don, que, necesariamente, debe comprometer a toda persona.
           No hay modo más seguro de progreso que el conocimiento.
          La buena educación demanda a todo ser humano, sin excusas, a desarrollar el pensamiento, a  cultivar la ciencia, el arte, la técnica, la cultura, ...
          La posibilidad de aprender cada día no es sólo un lujo; es un ineludible deber humano.

          e) Dimensión libertad.
        Cierto que para el ser humano, siendo un ser de posibilidades múltiples, los absolutos no existen. Todo su ser está entre límites. Todas las dimensiones de la personalidad, siendo susceptibles de crecimiento, desarrollo y mejora, sólo pueden desplegarse “entre límites”. Es posible cuidar y mejorar la salud, pero es inevitable la enfermedad y la muerte; es posible conocer y entender múltiples cosas, pero es imposible alcanzar la total sabiduría; es posible crecer en la vida emocional, pero nunca extinguir del todo el dolor y la angustia que genera. También la libertad tiene sus límites. No es posible ser libre del todo, eliminar “un cierto destino”; sin embargo, cualquiera que sean las circunstancias existenciales, siempre habrá direcciones abiertas. Nunca la vida humana es unilineal; en todo itinerario aparecen múltiples encrucijadas.
          Siempre hay varias opciones. ¡Hay que elegir!
        La buena educación, que no tiene como finalidad calmar la tensión que genera la elección, ni reducir la angustia de la duda, ha de pretender como fin esencial fortalecer la libertad, crear conciencia de ella, activarla en el vivir, mostrar su valor, enseñar a practicarla.

         f) Dimensión moral.
        Aludimos, finalmente, a la que, sin lugar a dudas, es la más valiosa de las dimensiones humanas: la dimensión del honor, de la conciencia y de la virtud.
       Sí; ¡hay que elegir!; pero ha de optimizarse la elección. 
     La Naturaleza nos ha concedido el gran privilegio de construir, organizar y reorganizar nuestro propio ser. ¡Magna tarea! Su realización, ineludible, requiere, de una parte, referentes, criterios, … valores; de otra, atractivos proyectos de vida; y, de otra, sólidas estructuras morales.
      ¿Adónde acudir para encontrar tales cosas?
    La buena educación ayuda a construir el “taller moral”, en cuyos laboratorios se diseñan valores y normas, se elaboran itinerarios de vida virtuosa y se templan resistentes estructuras axiológicas, productos con las marcas requeridas perennemente por la dignidad humana: el compromiso con la Verdad, el amor a la Justicia, el respeto a la Naturaleza, la alianza con la Virtud, el Humanismo Social, la práctica del Bien, …, y el empeño en la Excelencia.