domingo, 17 de junio de 2018


HABLEMOS DE TOLERANCIA

   
      Ernesto Rodríguez y Rodríguez
      Pedagogo
                                   
            
          

1.- FENÓMENOS SOCIALES QUE JUSTIFICAN LA  CONSIDERACIÓN EDUCATIVA DE LA TOLERANCIA.
  Difícilmente podría ponerse en cuestión que vivimos en una sociedad compleja, multicultural, abierta, cambiante y novedosa. La varita mágica de aquellas hadas de los cuentos infantiles, haciéndose  real en forma de teclado electrónico o de clic digital, ha transformado el mundo.
 Se ha transformado el tiempo, alterándose y acelerándose increíblemente velocidades y procesos tradicionales en todo tipo de quehaceres y vivencias.

Se ha transformado el espacio, reduciéndose tan drásticamente dimensiones y distancias, que el gran cosmos, ha poco inabarcable por extenso, se ha convertido en micro-espacio de aldea.

Se han transformado las ideologías, los valores, el arte, los problemas, la moral, el pecado, los códigos de la comunicación, …

La eliminación de las distancias, la fuerza de la telecomunicación, la revolución digital, los increíbles avances de la genética, de la cirugía, los cambios sociológicos, la invasión de nuevos valores, etc., son fenómenos, no bien asimilados todavía, determinantes de las más profundas mutaciones y cambios que jamás hayan podido darse en anteriores etapas de la historia de la humanidad.

Lo plural, lo complejo, lo virtual, consecuentes a la magna fuerza de la ciencia y la tecnología, impregnan con tal fuerza la realidad social, los modos de producción, las formas de comunicación y los hábitos del vivir, que, al diluir irreversiblemente costumbres e identidades tradicionales, nos sitúan en otro mundo.

Si en otro tiempo cada cultura, instalada en su propio y específico contexto espacial, podía subsistir en su natural aislamiento durante siglos, sin apenas conflicto y en toda su pureza, hoy, inevitablemente, las confluencias transculturales se multiplican, las interdependencias económicas se acentúan y los patrones y modelos cosmovisionales se mezclan, contaminan y amalgaman, sin que dique alguno pueda contener la poderosísima fuerza uniformante y homogeneizadora que rige la nueva aldea.
Como señalara el profesor Marín Ibáñez (1989), “vivimos en un mundo plural donde han de convivir las culturas más diversas, que las tecnologías y los medios de comunicación han puesto en contacto y a veces en conflicto”.

Cada vez más, querámoslo o no, somos moradores de un mundo nuevo y ciudadanos cosmopolitas.

La conciencia de tan revolucionario fenómeno despierta, a la vez, dos fuertes sentimientos antagónicos: a) el sentimiento de apego a  la vieja identidad histórica, que se percibe con nostalgia en irreversible agonía; b) el sentimiento de fe, adhesión y esperanza en el progreso científico y social que alumbra la postmodernidad y que se percibe, cada vez con menos reservas,  como liberador de las penurias del pasado y como garantía de un futuro mejor.

La cuestión, a la hora de confrontar tan dispares sentimientos, no es fácil:

¿Cómo integrar en un mosaico armonioso piezas tan variadas y contrarias? 
¿Cómo conciliar en la praxis los presupuestos de la nueva cultura universalista, liberada de hipotecas mítico-ideológicas tradicionales, estandarizada, con pretensiones e ideales de aldea global, que, para ser posible, exige igualación de códigos lingüísticos, axiológicos,  políticos, económicos, educativos, culturales, o cuanto menos, de su pragmática homologación, … con los presupuestos de un inmenso abanico de culturas nacionales, regionales y locales, “per se” diferenciadoras, que expresan y reproducen múltiples constelaciones de valores diversificados, exclusivos y excluyentes, caracterizados por modos  propios de entender y expresar la genuinidad y de realizar la propia y singular historia?

He aquí el conflicto.
Conflicto que sólo puede ser superado aproximando, que no excluyendo a uno de ellos, ambos polos, y que deviene, ineludiblemente, diversidad, integración, respeto y tolerancia.

2.- ¿POR QUÉ LA TOLERANCIA ES CUESTIÓN EDUCATIVA?

La razón básica no es otra que el negro legado histórico de barbarie, dolor y sufrimiento que nos ha dejado la intolerancia: guerras, torturas, condenas, exclusiones, deportaciones, discriminación, abusos,…

Era, sigue siendo, necesario “plantar cara” al problema. Los seres humanos compartimos la misma naturaleza, la misma dignidad, la misma identidad biológica, las mismas necesidades, las mismas limitaciones. Si accidentalmente somos diferentes, esencialmente somos iguales. La diversidad de culturas, de color de piel, de costumbres, de tradiciones, de creencias, de opiniones, … no  puede fundamentar nunca ningún tipo de sometimiento violento de unos a otros. El progreso es integración, aceptación, cooperación, diálogo, respeto, comprensión, amistad universal, … 

Llegó por eso (1948), no tan pronto como hubiera sido deseable, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, tras ella, la Declaración de Principios sobre la Tolerancia (1995), la proclamación por la Asamblea General de las Naciones Unidas como Día Internacional para la Tolerancia el día 16 de Noviembre de cada año, y los numerosos Pactos y Recomendaciones Internacionales que instan a la fraternidad universal, a la eliminación de todo tipo de crueldad y discriminación, a la convivencia justa y armoniosa de todos los seres humanos, a  la paz global, a la construcción de un mundo en paz de todos y para todos.
  
Llegó también a nuestro país (1978) la Constitución de la integración y de la concordia y, de su mano, el pleno reconocimiento de la libertad, la diversidad, la igualdad y la tolerancia como valores fundamentales de nuestra cultura, como derechos inalienables y universales y como finalidades educativas.
           
Efectivamente, así se recogió en la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE) de 1985, en cuyo artículo 2, apartado b, se señala como fin educativo:

           "La formación en el respeto de los derechos y libertades fundamentales, de  la  igualdad entre hombres y mujeres y en el ejercicio de la tolerancia y de la libertad  dentro de los principios democráticos de convivencia".

De igual modo, en la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (Ley Orgánica 1/1990, de 3 de octubre), en su Preámbulo, se señala.

             El objetivo primero y fundamental de la educación es el de proporcionar (…) una formación plena (…). Tal formación plena ha de ir dirigida al desarrollo de la capacidad para ejercer, de manera crítica y en una sociedad axiológicamente plural, la libertad, la tolerancia y la solidaridad”.

Asimismo, en el artículo 1 de dicha Ley, se vuelve a decir:

             “El sistema educativo español (…) se orientará (…) a la consecución de (…) la formación en el respeto de los derechos y libertades fundamentales y en el ejercicio de la tolerancia y de la libertad”.

Poco más habría de argumentarse para justificar la necesaria reflexión pedagógica sobre la tolerancia, de modo que sea mejor comprendido su verdadero sentido, se clarifique su valor educativo, se analicen sus connotaciones educativas y se arroje alguna luz que pueda orientar el proceso de su enseñanza-aprendizaje.

3.- ¿QUÉ ES LA TOLERANCIA? 
                                              
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua española define la tolerancia como:
            - “La acción y efecto de tolerar”.
           - “Respeto y consideración hacia las opiniones y prácticas de los demás, aunque repugnen a las nuestras"

A su vez, el verbo tolerar se explica en tres acepciones complementarias:
            - Sufrir, llevar con paciencia”.
            -Permitir algo que no se tiene por lícito”.
            - “ Resistir, soportar, especialmente alimentos, medicinas, etc.”

En la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, artº. 1, punto 1.1. se dice:
           "La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz".

En el contexto evangélico-cristiano, el propio Jesús propugnó la moderación en los juicios y condenas:
             - “El que de vosotros no tenga pecado que arroje la primera piedra”.
                                                               Juan 8:7 
                  “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados”.
                                                                                              Lucas 6:37
           - “¿Cómo es que ves la paja en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para quitar  la paja del ojo de tu hermano”?                        
                                                                                               Mateo 6: 3-5

La tolerancia, ingrediente natural de toda democracia, se entiende en el ámbito de lo político como actitud de esencial respeto a los diversos modos de entender el mundo, como disposición al diálogo social, como comprensión y aceptación de la diversidad y lo diferente. Los límites políticos de la tolerancia no pueden ser otros que los establecidos en las leyes, marco garante de derechos y libertades, de convivencia pacífica y de la mejor posible organización social.

En lo personal, la tolerancia es una predisposición a comprender las opiniones, culturas y prácticas sociales distintas de las propias con la finalidad de hacer posible, o mejorar, la convivencia  y la relación intercultural entre los miembros de los diversos grupos que integran el espacio social.

Se explica la tolerancia desde el enfoque psicológico como disposición y hábito de  conducta caracterizada por la flexibilidad y autocontrol de las respuestas dadas a aquellos estímulos que contradicen o se oponen al sistema de creencias, valores, opiniones, costumbres, etc., propios. La psique, en su proceso de reconstrucción dinámica permanente, tiende a integrar en forma positiva y sin conflicto los estímulos afines al sistema personal; sin embargo, tiende a producir mecanismos de rechazo, incluso de rechazo violento, ante aquellas estimulaciones que no encajan en los patrones asimilados.

Desde la óptica pedagógica, la tolerancia se entiende como hábito de apertura intelectual y moral y como conciencia de un “nosotros” múltiple capaz de armonía en lo diverso. En cuanto disposición, hábito y conciencia, la tolerancia, para ser interiorizada, comprendida y ejercitada, requiere acción educativa.

Una consideración fenomenológica-educativa implica referencias a tres dimensiones antropológicas esenciales: emotividad, razón y moralidad.

La tolerancia, en tanto respuesta emocional a ideas y conductas externas, requiere el máximo autocontrol impulsivo, de modo que, cualquiera que sea su inicial “potencia tóxica”, no se desencadene el sentimiento de ira, que llevaría a la descalificación no razonada y global del oponente, a la clausura del diálogo, a la condena o la agresión.

Intelectualmente el ejercicio de la tolerancia requiere un alto entrenamiento de la mente. El entendimiento ha de ejercitarse, a la vez, en el razonamiento autocrítico y heterocrítico y en la aplicación de la metodología de la comprensión: humildad esencial como punto de partida, revisión exhaustiva de la información poseída, búsqueda de nuevos datos, contextualización crono-espacial, análisis riguroso de los fenómenos, revisión histórica y comparada, reflexión multiperspectivista, evaluación objetiva, …, distinguiendo en todo caso aquello que es materia de verificabilidad y demostración, de aquello que es materia de fe, convención u opinión y, sabiendo siempre, que frente al error no caben emociones, sino demostraciones evidentes.

Moralmente la habituación a la tolerancia exige la asunción de un presupuesto ético básico: el “otro”, dotado como el “yo” de plena dignidad, es esencialmente, un “igual”. Inicialmente al menos, y hasta tanto no se demuestre el error en las ideas o la intrínseca maldad en las acciones, todas las opiniones son dignas de consideración y poseedoras del derecho a ser expuestas y defendidas en el escaparate público de cualquiera de los foros culturales. Como señalara Stuart Mill (1859), “si toda la humanidad menos una persona fuera de la misma opinión y ésta fuera de opinión contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que hable, como ella misma lo sería si, teniendo poder bastante, impidiera que hablara la humanidad”.

Frente a la propensión a incitar a los demás a pensar y obrar según los referentes personales, propensión en definitiva al dominio y la manipulación, hay que ejercitarse en la humildad, reconociendo la propia falibilidad en lo personal y la inevitable parcialidad de cualquiera de los puntos de vista, incluso de los propios.

En cualquier caso, la tolerancia no es:
- Adhesión, menos aún comunión, con lo estimado erróneo o malo.
- Igualación de mera opinión a conocimiento fundado
- Equiparación práctica de libertinaje a libertad responsable.
- Fundamento para la adopción de actitudes nihilistas.
- Indiferencia o despreocupación absoluta ante lo que piensan o hacen los demás.
- Argumento para la relajación mental o ausencia de sentido crítico.
- Desconfianza absoluta en las capacidades del intelecto para encontrar ningún tipo de verdad.
- Disposición a renunciar a ideales propios en evitación del conflicto de la confrontación racional.

En síntesis, la tolerancia es una actitud vital ante el mundo que se manifiesta en una específica tipología de respuesta habitual, elaborada a base de elementos emocionales, intelectuales y morales, que presupone la asunción del principio de aceptación positiva de la diversidad.

4.- SOBRE SI LA TOLERANCIA ES UNA VIRTUD.

En nuestra investigación inicial hemos encontrado que la tolerancia viene siendo entendida históricamente de dos modos contrapuestos:

a) Como principio de disolución de la verdad. 

Para Jaime Balmes (1810-1848), filósofo y teólogo catalán, la idea de tolerancia anda siempre acompañada de la idea de mal, en cuanto aquello que se tolera es el propio mal: el error, las malas costumbres, los vicios ajenos, … La tolerancia universal es imposible porque implicaría, de hecho, la negación de la existencia de la verdad.

El propio Augusto Comte (1798-1857), padre del positivismo francés, proclamó la necesidad de la tolerancia sólo en las fases críticas de la historia, pero no se oponía a la intolerancia cuando ya la sociedad alcance la etapa positiva, que debe ser estable y evitarse, por tanto, la disolución a que puede conducir una tolerancia completa.

Tampoco entendió el marxismo-leninismo que la tolerancia fuese una virtud al proclamar la dictadura del proletariado. En tal sentido, Herbert Marcuse (1898-1979), filósofo  y sociólogo judío-alemán, autor de la noción de “tolerancia represiva”, entiende que tanto la expresión del ideal de tolerancia como su ejercicio en las sociedades capitalistas industriales, en lugar de servir para la liberación o emancipación de los grupos explotados por tal sistema, sirve para adormecer los impulsos de liberación y funciona como eficaz y potente y eficaz fuerza represiva.

Esta ha sido también la concepción propia de todas las sociedades teocráticas tradicionales.

En tales sociedades, alimentadas culturalmente de la palabra revelada por Dios, infaliblemente interpretada por sus legítimos depositarios, no tiene justificación suficiente la tolerancia. El discrepante es un ser descarriado incapaz de comprender la verdad, bien por enfermedad de su espíritu o por su maldad pecaminosa; sobre él debe recaer el castigo de Dios y el desprecio de los hombres. Corresponde a la autoridad realizar las presiones necesarias para que se produzca el arrepentimiento y la retractación de aquellos pensamientos torcidos que falsean o se oponen a la irrefutable verdad del dogma. En modo alguno la tolerancia puede tener la consideración de virtud, sino más bien una connotación negativa asimilable a una cierta indolencia o falta de compromiso en la defensa de la verdad o doctrina. Hacer prevalecer la verdad, cuyo conocimiento es ineludible para la felicidad terrena y la salvación eterna, es un mandato divino que puede justificar la censura, la condena pública, la cruzada, la guerra santa, …

b) Como medio esencial para la convivencia pacífica y el progreso social.

J. Locke (1632-1704), filósofo y médico inglés, Voltaire (1694-1778), escritor, filósofo y abogado francés, J. Benthan (1748-1832), filósofo, economista y padre del utilitarismo inglés, Stuart Mill (1806-1873), filósofo, político y economista inglés, y muchos otros, han defendido siempre que la tolerancia es uno de los grandes motores de la civilización y del progreso. La tolerancia hace posible la coexistencia de los principios diversos que constituyen la naturaleza de los hombres y de las sociedades, engendra el equilibrio dinámico vital necesario, impulsa el progreso derivado de la síntesis de los contrarios y evita el estancamiento propio de las sociedades regidas por los principios absolutistas e inmutables. 
Decía Stuart Mill (1859), “de los desacuerdos y diferencias surge la tolerancia, la variedad, la humanidad”.

En las sociedades modernas, sin Dios o con Dios mediatizado o mutizado por el hombre, la tolerancia pasa a ser exaltada como una de las más grandes virtudes sociales. Desde que ya Protágoras (481-411 a.C.), sofista griego, señalara que “el hombre es la medida de todas las cosas”, Voltaire lanzara la consigna de “cuantos menos dogmas, menos disputas, menos desgracias”, y Nietzsche (1844-1900) proclamara “la muerte de Dios”, la Verdad única y absoluta se desintegra en multiplicidad de verdades particulares, subjetivas, parciales y transitorias.

La consecuencia es que el relativismo, enseñoreándose en el mundo moderno, inunda cada vez con más fuerza las conciencias individuales y las culturas tradicionales. En este tiempo de orfandad antropológica, cada cual ha de construirse su verdad y determinar sus valores, porque nadie sabe con certeza en qué consiste la felicidad ni cómo es posible alcanzarla.
Como señalara A. Cortina (1947 - …), filósofa española, “¿quién puede hoy pretender el secreto de la vida feliz y empeñarse en extenderlo universalmente?”.

En cualquier caso, hay que señalar que la tolerancia no aparece en ningún listado de virtudes clásicas.

Platón (427-347 a.C.), (República, IV) no la incluye entre las virtudes necesarias para la buena organización de la ciudad-estado, siendo, sin embargo, para ello  imprescindibles la prudencia o sabiduría práctica, la fortaleza o coraje moral, la moderación o templanza y la justicia en cuanto síntesis de todas las virtudes.

Ni Aristóteles (384-322 a.C), ni Cicerón (106-43 a.C), ni Plotino (204-270), ni Porfirio (233-305), ni Tomás de Aquino (1225-1274), ni Kant (1724-1804), ni E. Gilson (1884-1978), … conceden a la tolerancia el valor de ”cardinal” o virtud fundamental.

Sin embargo, ateniéndonos al concepto clásico de virtud acuñado por Aristóteles, difícilmente la tolerancia habría de ser excluida de las virtudes:

         “La virtud es un hábito, una cualidad que depende de nuestra voluntad consistiendo en este medio que hace relación  a nosotros y que está regulado por la razón en la forma que lo regularía el verdadero sabio. La virtud es un medio entre dos vicios”.
                                                                                  (Ética a Nicómaco, II, 6)

En efecto, nos parece que la tolerancia sí podría cumplir los requisitos configuradores de la virtud moral (Aristóteles) o civil y política (Plotino, Porfirio, …) y que son los siguientes:

- No aparece naturalmente en el hombre, sino que se adquiere a través del esfuerzo práctico iluminado por la razón.
- Puede situarse entre dos vicios extremos: el despotismo y la anarquía.
- Requiere el auxilio de otras virtudes: humildad, prudencia, paciencia, …
- Apunta al bien personal y social en cuanto induce al dominio de impulsos negativos, favorece la integración, requiere el diálogo y la comprensión, enriquece las propias opiniones y creencias y se opone radicalmente a la prepotencia de la absoluta sabiduría y a la desconsideración irrespetuosa del prójimo.
- Ha sido propugnada y practicada por numerosos sabios de todos los tiempos.

5.- ¿EN QUÉ ÁMBITOS HUMANOS HA DE EJERCERSE LA TOLERANCIA?

Es evidente que el ámbito propio de la tolerancia es el mundo de las relaciones, de las ideas y de las costumbres. Todo cuanto no sea susceptible de interpretación unívoca e inequívoca por falta absoluta de evidencia y verificabilidad, es terreno de la tolerancia.

De modo específico, constituyen ámbitos naturales para el ejercicio de la tolerancia:
-  Concepciones y prácticas religiosas.
Concepciones y prácticas políticas.
Concepciones e idearios filosóficos.
Costumbres y tradiciones.
-  Cosmovisiones y valores. 
          
Constituye, pues, el universo de la tolerancia el mundo religioso, el mundo político, el mundo filosófico, el mundo cultural y el mundo moral.

En todos estos mundos es procedente y necesaria la intervención educativa:
           
1º. Produciendo conocimiento objetivo y riguroso de los múltiples sistemas elaborados a lo largo de la historia universal respecto a cada uno de los mundos mencionados.
2º. Comparando cada uno de ellos con los sistemas específicos de la cultura de pertenencia.
3º. Ayudando a jerarquizarlos en función de sus fundamentos y su coherencia.
4º. Analizando sus repercusiones prácticas en el progreso de la humanidad.
5º. Orientando en la autoconstrucción personalizada de la propia cosmovisión.
6º. Enseñando a superar creativa y valientemente los puntos más débiles que según la propia experiencia de la asunción práctica del sistema construido vayan apareciendo.

6.- ¿HA DE TENER LÍMITES LA TOLERANCIA?

¿Vale todo? ¿Da igual pensar de uno u otro modo? ¿Han de darse por buenos el error, la injusticia, la inmoralidad, la crueldad, la propia intolerancia,…?

Ciertamente que nuestra respuesta es negativa; pero es importante profundizar en la cuestión. Nosotros entendemos,

a)     De  una parte:

Es natural que el hecho de vivir en sociedad implica la necesidad de cumplir  normas de conducta para con los demás y de asumir la parte que en justicia corresponda de las cargas y trabajos necesarios para la permanencia, el bien y el progreso de esa sociedad.

Es natural que los humanos nos debemos mutua ayuda para distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo discreto y sensato de lo irracional y absurdo, y que es procedente incitar, por la educación y el diálogo, al ejercicio de las facultades más nobles y elevadas del espíritu.

Es natural que aquellas personas que, renunciando a la excelencia intrínseca de su propio ser, opten por eludir la moral del justo deber, rechacen las exigencias del recto pensar o se instalen en los vicios más abyectos, se degraden y deprecien entre los demás.

Es natural, justo y necesario, que la sociedad se proteja contra la agresión y los ataques a los principios y valores esenciales que la conforman.

b)    De  otra parte:

Es persistente la tendencia a creer por parte de los poderes que la sociedad es un conjunto formado por unas minorías, los dominadores, de personas sabias y fuertes, y unas mayorías, los dominados,  de personas ignorantes y débiles que pueden y deben ser manipuladas y sometidas.

Es persistente la tendencia a creer por parte de los poderes que sus idearios son los mejores, los más valiosos, y, en consecuencia, tienen el derecho a imponerlos, empleando para ello cuantos medios sean necesarios, incluso la fuerza.

Es persistente la tendencia a extender los poderes del estado sobre el individuo: por la  propaganda, por la ley injusta, por la fuerza, …

Es persistente la tendencia a la actitud servil de buena parte de los ciudadanos a identificarse con sus señores temporales, elevándolos al rango de salvadores o dioses, ofreciéndoles toda suerte de loas y honores, y, con ello, alimentando sus naturales propensiones a la soberbia, a la tiranía y a la dominación.

c)     Las consecuencias de ambas observaciones.


      La principal consecuencia de ambas cuestiones, es decir,  de una parte, la necesidad de cumplir deberes y contribuir, voluntariamente o no, al bien social, y, de otra, la tendencia del poder al dominio y al abuso, es que debe proclamarse un equilibrado ajuste entre el derecho inalienable a la libertad personal y el deber inexcusable de cumplir las leyes instituidas por los poderes públicos legalmente constituidos.

La consecuencia siguiente es que nunca puede combatirse lo diferente, por mal, absurdo, erróneo o peligroso que se considere, con actitudes, métodos o medios violentos que atenten contra la libertad y la dignidad.

Para protegerse del peligro de las “maldades ajenas” (la intolerancia y el fanatismo son claramente actitudes perniciosas para la sociedad), los poderes públicos elaboran leyes que, si son justas, acordes con los Derechos Humanos, respetuosas con la dignidad de las personas y pueblos y ajustadas a la Constitución del país refrendada por la mayoría de la ciudadanía, serían los justos límites de lo que es o no tolerable.

Sin embargo, por muy claro, preciso, riguroso y exacto que sea el lenguaje en que las leyes se expresan, en numerosos casos admiten interpretaciones diversas, por lo que, en tales casos, la última instancia a la hora de decidir los límites de lo que debe ser o no tolerable, de lo que debe ser o no reprimido, ha de corresponder a los jueces, a los que hay que exigir máxima formación jurídica, recta conciencia, imparcialidad y total compromiso con la legalidad y la justicia.

Tal vez sea Stuart Mill (Sobre la libertad) quien mejor precisó la cuestión de los límites de la tolerancia:
            “La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral no es justificación suficiente”.

6.- REFERENCIAS PARA EL DISEÑO DE UNA PEDAGOGÍA DE LA TOLERANCIA.

a) Declaración de Principios sobre la Tolerancia (Educación, artº. 4) 

Punto 4.1: "La educación es el medio más eficaz de prevenir la intolerancia. La primera etapa de la educación para la tolerancia consiste en enseñar a las personas los derechos y libertades que comparten, para que puedan ser respetados y en fomentar además la voluntad de proteger a los demás. 

Punto 4.2: "La educación  para la tolerancia ha de considerarse un imperativo urgente; por eso es necesario fomentar métodos sistemáticos y racionales de enseñanza de la tolerancia que aborden los motivos culturales, sociales, económicos, políticos y religiosos de la intolerancia, es decir, las raíces principales de la violencia y la exclusión. Las políticas y los programas educativos deben contribuir al desarrollo del entendimiento, la solidaridad y la tolerancia entre los individuos, y entre los grupos étnicos, sociales, culturales, religiosos y lingüísticos, así como entre las naciones.

Punto 4.3: "La educación para la tolerancia ha de tener por objetivo contrarrestar las influencias que conducen al temor y la exclusión de los demás, y ha de ayudar a los jóvenes a desarrollar sus capacidades de juicio independiente, pensamiento crítico y razonamiento ético".

Punto 4.4: "Nos comprometemos a apoyar y ejecutar programas de investigación sobre ciencias sociales y de educación para la tolerancia, los derechos humanos y la no violencia. Para ello hará falta conceder una atención especial al mejoramiento de la formación del personal docente, los planes de estudio, el contenido de los manuales y de los cursos y de otros materiales pedagógicos, como las nuevas tecnologías de la educación, a fin de formar ciudadanos atentos a los demás y responsables, abiertos a otras culturas, capaces de apreciar el valor de la libertad, respetuosos de la dignidad y las diferencias de los seres humanos y capaces de evitar los conflictos o de resolverlos por medios no violentos.".

b) Referencias clave para cualquier proyecto de educación en la tolerancia.                

    1. Dialécticas y antinomias para la reflexión.
             -   Fe / Ciencia.
             -   Dogma / Relativismos.
             -   Teocracia / Antropocracia.
             -   Sentimiento / Razón.
             -   Universalismo / Nacionalismos.
             -   Verdad inmutable / Verdades temporales.
             -   Justicia / Ley.

2. Principios axiológicos impregnantes.
             -   Libertad.
             -   Pluralismo.
             -   Solidaridad.
             -   Respeto.

3. Campos de análisis y aprendizaje.
             -   Religioso.
             -   Político.
             -   Filosófico.
             -   Cultural.
             -   Moral.

4. Objetivos de formación.
             -   Conocimiento social.
             -   Proyectos de vida.
             -   Compromisos axiológicos.

5. Métodos de trabajo.
             -   Reflexión analítico-crítica.
             -   Historización.
             -   Comparación.
             -   Experimentación.

6. Técnicas.
             -   Clarificación valoral.
             -   Debate.
             -   Modificación de conducta.
             -   Estudio de casos.


6.- BIBLIOGRÁFIA.

- Agulló, A. (1995) La tolerancia, Madrid: Palabra.
- Bobbio, N. (1991) El tiempo de los derechos, Madrid: Sistema.
- Camps, V. (1990) Virtudes políticas,Madrid: España.
- Cortina, A. (1986) Ética mínima, Madrid: Tecnos.
- Díaz Aguado, M.J. (1966): Escuela y tolerancia, Madrid: Pirámide.
- Ferrater Mora, J. (1982) Diccionario de Filosofía, Madrid: Alianza Editorial.
- Freire, P. (1977) La educación como práctica de la libertad, Madrid: Siglo XXI.
- García Hoz, V. y otros (1989) El concepto de persona, Madrid: Rialp.
- Gray, J. (2001) Las dos caras del liberalismo. Una nueva interpretación de la tolerancia de la libertad. Barcelona: Paidós.
- Locke, J. (1970) Carta sobre la tolerancia y otros escritos, México: Grijalbo.
- Stuart Mill, J. (1984) Sobre la libertad, Madrid: Alianza Editorial.
- Thiebaut, C. (2016) De la tolerancia, Madrid: Antonio Machado.
- VV.AA. (1989) Filosofía de la Educación hoy, Madrid: Dykinson.
- Voltaire (1984) Tratado de la tolerancia, Barcelona: Crítica.

7.- DOCUMENTOS.
          - Carta de las Naciones Unidas, 1945.
          - Constitución de la UNESCO, 1945.
          - Declaración Universal de los Derechos Humanos, 1948.
          - Convención para la prevención y la sanción del Delito de Genocidio, 1948.
          - Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, su Protocolo de 1967 y sus instrumentos regionales, 1951.
          - Convención y la Recomendación relativas a la Lucha contra las 
             discriminaciones en la esfera de la Enseñanza (UNESCO), 1960.
          - Convención Internacional sobre la eliminación de todas las formas de Discriminación Racial, 1965.
          - Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 1966.
          - Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, 1966.
          - Constitución Española, 1978.
          - Declaración sobre la Raza y los prejuicios raciales (UNESCO), 1978.
          - Convención sobre la eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer, 1979.
          - Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o en las creencias, 1981.
          - Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, 1984.
          - Convención sobre los Derechos del Niño, 1989.
          - Declaración sobre los Derechos de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas o lingüísticas, 1992.
          - Declaración y Programa de Acción de Viena de la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, 1993.
          - Declaración de Copenhague sobre el Desarrollo Social y el Programa de Acción de la Cumbre Mundial para el Desarrollo Social, 1995.
          - Declaración de Principios sobre la Tolerancia, 1995.
          - Declaración sobre las medidas para eliminar el terrorismo internacional, 2004.

          Notas:
                El presente trabajo, ahora revisado, fue publicado con el título TOLERANCIA Y  EDUCACIÓN en UNED, Centro Asociado de Córdoba, Revista Almirez, nº. 2, 1993, págs. 49 - 61.