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Tanto desde
el discurso literario (novela, teatro, poesía, ...), como desde la reflexión
filosófica (doctrinas, cosmovisiones, idearios, ...), viene siendo frecuente
explicar la vida humana en términos de itinerario, ruta, viaje, trayecto o camino.

Precisamente,
ser persona es “ser existencia
itinerante”, recorriendo, hasta donde
cada uno pueda (o le dejen), las etapas naturales del camino: primero,
fecundación; enseguida, cigoto, y luego, sucesivamente, mórula, embrión, feto,
niño/a, adolescente, joven, adulto/a y
anciano/a.
Sin
embargo, pudiéndose alcanzar sin demasiado esfuerzo mental un alto grado de
acuerdo en el hecho de entender la vida como “camino a recorrer”, son muy
diversas las formas de interpretar el sentido y la naturaleza de este “trayecto
personal o itinerario vital”.
Para
unos, los que se sitúan en las opciones naturalistas y deterministas más
extremas, el camino está absolutamente trazado.
Cada uno, sin posible alternativa, nace donde y
cuando tiene que nacer, le ocurre todo lo que le tiene que ocurrir y vive según
sus parámetros existenciales previamente
inscritos en el universo.
Lo único que cabría hacer en la vida, lo único que
se podría hacer, es, sencillamente, “dejarse empujar por los vientos del
destino”, sean éstos suaves brisas o turbulentos huracanes.
Ni
hay posibilidad de conocimiento, ni hay posibilidad de libertad.
Lo que la persona puede conocer son simples y meras
percepciones de asociación, intranscendentes vitalmente en tanto que es
imposible llegar desde ellas al conocimiento esencial del ser.
El único conocimiento humano posible sería, si
acaso, “que no es posible saber”.
Al no haber posibilidad de conocimiento, es
imposible la libertad, y, por tanto, no
hay opción a decidir nada distinto a lo
predeterminado.
No es posible elegir nada, optar por nada,
consistiendo la felicidad, simplemente, en asumir el destino, cada uno el suyo,
con la mayor serenidad del alma, gozando de
aquello que se pueda gozar y aceptando con fortaleza y sin lamentaciones
aquello que haya de padecerse.
Las grandes virtudes humanas serían la serenidad del
ánimo, la resignación, la paciencia, la tranquilidad, la humildad, la
conformidad, etc.
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Para otros, los que se sitúan en las opciones
existencialistas y libertarias también extremas, no hay camino alguno.
Cada persona, con sus propios pasos, traza su camino, y, con su libertad, diseña su
historia, decide las condiciones de su existencia, construye su propio ser,
elabora sus propios valores, genera su felicidad o su desgracia, y provoca sus brisas y sus
huracanes.
¡No hay destino!
La vida humana es “existencia decidiendo en
libertad”.
La felicidad, según este modo de entender el mundo,
consistiría fundamentalmente en “decidirse a ser libre” gozando en plenitud del
propio ejercicio de la libertad.
La mejores virtudes serían precisamente aquellas que
nada tienen que ver con la humildad, la resignación, la conformidad o la
debilidad, sino las que se derivan del orgullo de “ser persona”, y, por tanto,
de disponer de inteligencia, conciencia y libertad, tales como la voluntad de
poder, la voluntad de crear, la voluntad de disfrutar, la autoestima, el
conocimiento, la ciencia, etc.
Esbozadas ambas posiciones
ideológicas extremas, nos parece evidente que:
1º. Destino y libertad no son
elementos incompatibles o excluyentes.
2º. Destino y libertad son las coordenadas referenciales
más significativas de
toda
itinerancia humana.
3º. Destino y libertad están
presentes en todas las existencias.
Dicho en otras palabras: en toda vida hay caminos
trazados y caminos por hacer....
Hay destino, llámese con éste u otros vocablos (fatum, suerte, predeterminación,
circunstancias, sino, etc.), porque cada persona, sin posibilidad de elección,
nace en un tiempo, en un lugar, en un contexto familiar, con una específica
dotación genética que le configura, por
ejemplo, como hombre o mujer, con más o menos dotación mental, con más o menos
resistencia a la enfermedad, ... y, sin mérito o demérito personal alguno, se
encuentra en el mundo en unas circunstancias concretas de mejor o peor suerte
genética, social, histórico-temporal, geográfico-espacial, etc.
Tales hechos y circunstancias, de múltiples
maneras, condicionan, determinan y
“llevan o arrastran” en direcciones predeterminadas hacia modos de existencia
difícilmente eludibles.
Hay libertad porque la mayor parte de los
condicionamientos personales son, en algún modo, relativos, y, en gran manera,
modificables; porque nunca la estructura de la personalidad queda
definitivamente cerrada, sin capacidad de transformación libremente decidida;
porque siempre existe alguna posibilidad para no quedar del todo atrapado por
los hechos y las circunstancias; porque es posible decidir muchas cosas; porque
siempre hay opciones para modificar múltiples aspectos de la propia existencia,
y porque cada persona puede “gestionar” y vivir de muy diversos modos, su
propio destino”, con lo cual tal destino sería un poco menos determinante.
Ocurre, sin embargo, que el ejercicio de la
libertad, siendo el mejor y el más necesario de los ejercicios humanos, no es
fácil.
Requiere estar dispuesto a vencer múltiples inercias
deterministas, a desprenderse de prejuicios inútiles, a pensar con mayor profundidad, a conocerse mejor,
a desembarazarse de servilismos y tutelas
manipuladoras, y, desde luego,
requiere también estar dispuesto a equivocarse, a rectificar y a salir siempre
adelante.
Bien sea por pereza, bien sea por miedo, bien sea
por falta de costumbre, lo cierto es que somos menos racionales de lo que
podemos y menos libres de lo que debemos.
Naturalmente,
cada cual ha de interpretar y administrar del modo que estime oportuno su
destino y su libertad.
A
nosotros nos parece que es acertado, situándose en la mejor dirección posible,
caminar con sosiego, sin miedo, hacia metas valiosas; observar y aprender lo
más posible en el camino; superar cuantos obstáculos puedan ser superados;
rechazar la tentación de “ser llevado”, y mantener permanentemente encendida la
linterna moral, cuya luz siempre es necesaria para no caer en los abismos
oscuros de la indignidad y la desvergüenza.